Mientras a nivel mundial la población se urbaniza aceleradamente, el vínculo íntimo que los pueblos tenemos con las semillas se va haciendo cada vez más difuso. En esa opacidad aparente operan un puñado de corporaciones trasnacionalizadas para capturar a los sistemas agroalimentarios y particularmente a las semillas, alambrándolas bajo distintas formas de derechos de propiedad intelectual.
En ese sentido, desde 2012 en Argentina enfrentamos distintos intentos de modificar la Ley de Semillas (20.247), por un agronegocio que busca amputar derechos de uso propio de las y los productores, y profundizar su control corporativo. La modificación de la ley les daría más poder de decisión sobre qué se produce, cómo, dónde, y quiénes lo hacen; minando la soberanía de los pueblos sobre cada uno de estos aspectos. Es el proceso al que La Vía Campesina opuso el paradigma de la Soberanía Alimentaria y cuya base son las semillas; porque su libre disponibilidad -o no- condiciona la posibilidad de construir modelos agroalimentarios en función de las necesidades de los pueblos.
Esta ofensiva del capital sobre los derechos de los pueblos es enfrentada en todo el mundo, sobre todo por las comunidades campesinas y originarias, guardianas de las semillas y protagonistas absolutas de la producción de nuestra comida: hoy proveen más del 60% del total de alimentos, teniendo apenas el 25% de la tierra.
Una de las experiencias más importantes de organización popular para la defensa, recuperación y multiplicación de variedades nativas y criollas de semillas a nivel mundial, es la del Movimiento de Pequeños Agricultores (MPA) de Brasil, integrante de La Vía Campesina internacional.
Gilberto Schneider, es agrónomo con formación en agroecología. Nació en el municipio de Dionísio Cerqueira, estado de Santa Catarina, que está pegadito a Bernardo de Irigoyen en la provincia de Misiones. En esa zona limítrofe los idiomas se entremezclan revelando la arbitrariedad de las fronteras físicas cuando los destinos son comunes; por eso, pandemia mediante, ni el español y ni el portugués fueron obstáculo para conversar sobre este tema clave para nuestros pueblos.
EL MPA y las semillas
“El MPA surge en 1996, en un momento de fuerte crisis de la agricultura, donde muchas familias estaban dejando el campo por falta de políticas agrícolas. El movimiento surge para defender la agricultura campesina de los pequeños agricultores, como se llamaba entonces, a través de políticas públicas de mejoras en la vida en el campo. El movimiento tiene más de 20 años de lucha, y hoy organiza más de 100.000 familias en las 5 regiones del país y en 17 estados. Yo lo conocí en 1999 y empecé a participar activamente desde el 2002 a nivel del estado y 2003 a nivel nacional”.
Gilberto reconoce que las semillas le vienen de herencia familiar: “mis padres hasta el día de hoy continúan siendo guardianes de semillas de maíz criollo y otras variedades en nuestra tierra, y fue de esa forma que tomé el gusto por trabajar con ellas. A partir de la familia, de la organización del movimiento, y también de la formación en agroecología, entendí la importancia de las semillas criollas para la alimentación, para nuestra vida y para el futuro”.
La historia del MPA y las semillas criollas es de larga data. En el año 2000 el MPA hace la primera fiesta estatal de semillas criollas en Santa Catarina, y en 2004 la fiesta nacional; en la última hubo presencia de 19 estados y 21 países.
“Si hoy la tierra es uno de los puntos fundamentales para poder producir, las semillas vienen inmediatamente después. Sin semillas no tenemos cómo discutir un nuevo modelo de agricultura. Ahí los conocimientos técnicos y científicos junto a las prácticas agrícolas campesinas son fundamentales. La defensa de las semillas criollas junto a la lucha contra los transgénicos fueron centrales para el MPA desde el inicio”.
Dentro de la construcción territorial del MPA hay tres dimensiones o ejes de trabajo con semillas criollas: el eje local, impulsando que cada familia campesina tenga sus propias semillas; un eje comunitario, que son las “Casas de Semillas”; y un eje territorial que son las unidades de mejoramiento de semillas, de producción de semillas de forma masiva, en escala, incluso para entrar en el plano comercial. A nivel de políticas públicas, el MPA realizó un trabajo muy fuerte en los últimos 10 años, y toda esta experiencia le permitió al movimiento hacer intercambios con varios países, como Argentina, Paraguay, Venezuela o Mozambique.
El Plan Nacional de Semillas
Fue construido por el MPA a partir de instancias de formación del movimiento. La propuesta salió de las discusiones y síntesis de las escuelas nacionales de formación técnica, política e ideológica alrededor de las semillas criollas.
Surge de la importancia estratégica de las semillas, y desarrolla experiencias en distintos lugares a partir de los tres ejes, acompañadas por toda una serie de recomendaciones técnicas y prácticas, como la construcción de Casas de Semillas u orientaciones sobre el mejoramiento participativo. El nivel de detalle que alcanza sobre la gran cantidad de aspectos involucrados habla de la potencia de la propuesta.
“Yo participé en el proceso de organización de las escuelas y también en los debates durante ellas. En ese tiempo estábamos haciendo una experiencia en Mozambique, así que, como tenía mucho camino de trabajo práctico, tuve una participación directa en la construcción del Plan. Ayudé a elaborar los 10 puntos de principios y orientaciones para trabajar con semillas criollas, y contribuí en la elaboración de la estrategia en los tres niveles (local, comunitario y territorial). Además de la implementación en el día a día acá en donde vivo, Santa Catarina, acompaño la implementación en los municipios. A nivel nacional me tocó discutir la estrategia del MPA y acompañar el desarrollo del Plan en varios estados con la formación de técnicos y militantes, y hacer planificaciones de trabajo.”
El Plan tuvo un fuerte impulso a partir de convertirse en política pública asociada al Programa Nacional de Alimentos para combatir el hambre, durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT). Con el golpe de estado (Temer) y cambio de gobierno (Bolsonaro), ha sido desfinanciado.
“Conseguimos rescatar variedades, multiplicarlas y ponerlas en manos de más personas. Tenemos una estrategia de que por lo menos 3 familias por territorio, por micro región en cada estado, cuiden la misma variedad para que no corra riesgo de extinción; y el mismo trabajo para la conservación de las variedades con las casa de semillas. Estamos teniendo mayor dificultad con la multiplicación en gran escala porque las políticas públicas que la financiaban comprando las semillas, están paralizadas actualmente. Estamos haciendo un trabajo de hormiga para garantizar la diversidad en la producción y para preservar nuestras semillas de la contaminación de los transgénicos”.
Semillas, agroecología y territorios campesinos
Para Gilberto, “cuando se debate sobre semillas criollas, su conservación, multiplicación, selección y mejoramiento participativo, automáticamente entramos a discutir modelos de agricultura. Las semillas son uno de los factores que permiten que los y las campesinas elijan un modelo de agricultura. Es imposible trabajar la agroecología con transgénicos o con semillas híbridas. Entonces la cuestión de las semillas criollas para la construcción de la agroecología es esencial. Solamente con producción de semillas criollas es posible construir la agroecología”.
“Es fundamental la conservación de nuestra biodiversidad, rescatar la diversidad de variedades. Las semillas criollas tienen un vínculo profundo con el modelo agrícola y con el enfrentamiento al agronegocio. En ese sentido son resistencia. A su vez todo esto está profundamente ligado a la cuestión de la tierra y el territorio, porque para trabajar con las semillas criollas y hacer agroecología, necesitamos tener control sobre la tierra, ser propietarios o poseedores de la tierra; tener un control campesino sobre ese espacio que no necesariamente es pequeño. Esto nos amplía la perspectiva sobre la cuestión del territorio, porque la agroecología es posible en un espacio territorial y para eso necesita enfrentarse con el agronegocio en ese territorio para avanzar. Lo mismo con las semillas: las variedades de polinización abierta necesitan un espacio grande para producirse, sin correr riesgo de contaminación, y eso sólo es posible cuando podemos lograr que esos territorios sean libres de transgénicos. Este es un gran desafío porque las semillas, la agroecología y la lucha por la tierra están entrelazadas; necesitamos construir ese territorio campesino de agroecología con semillas criollas, libre de agroquímicos y de transgénicos”.
Desafíos y oportunidades
Durante el parate y aislamiento que impone la pandemia, muchas familias de las ciudades aprovecharon para empezar pequeñas huertas en casa, en pequeños jardines o en terrazas y balcones, y ahí estuvieron las semillas criollas que llegaron de vecinos y amigos. Un pequeño gesto que retoma ese camino del “mano en mano” que estuvo en los orígenes de la agricultura y que fue la base de la creación de la diversidad de alimentos que llenó la panza de nuestra especie desde hace más de 10.000 años. Las semillas viajaron con las comunidades y pueblos, adaptándose a climas y suelos, cambiando con ellos y ellas, en una crianza mutua.
“La población de las ciudades también es compañera en la construcción de la agroecología, de la defensa de las semillas criollas y del alimento saludable. Quienes están en los espacios urbanos también pueden producir ahí; la agricultura urbana y periurbana puede ayudar en la tarea de conservar la biodiversidad y las semillas criollas”.
Mientras las organizaciones campesinas han demostrado su rol esencial garantizando el abastecimiento de alimentos sanos a precios justos, y peleando por políticas públicas para otro modelo agropecuario; las y los consumidores de la ciudad tienen mucho que aportar.
“Es importante que la población urbana incentive la producción campesina de semillas criollas, y que continúe adquiriendo alimentos que sean producidos a partir de estas semillas. Si se consumen estos alimentos estamos sosteniendo y fortaleciendo la biodiversidad de nuestros territorios y regiones. Si el consumo de ese alimento crece con certeza, esas variedades se van a mantener, porque están cumpliendo su objetivo. Necesitamos que ninguna variedad se pierda, para que las futuras generaciones puedan tener una gran diversidad de alimentos para una vida saludable”.
Fuente: BiodiversidadLA