Las relaciones del ser humano con las plantas son tan antiguas como el mismo encuentro entre naturaleza y cultura. En su larga vida de cazador recolector, los seres humanos escogieron y seleccionaron qué recolectar. Así se mantuvo un vínculo definido a través de las cualidades de las plantas y de cómo los humanos las clasificaron en plantas alimenticias, medicinales, de eficacia simbólica y otros usos.
En algunas sociedades cazadoras recolectoras contemporáneas se han llegado a producir huertas silvestres. El ejemplo más democrático de un espacio compartido para el consumo de plantas se presenta en el mundo de los nukak maku de la Amazonía colombiana.
Es en el claro del bosque donde las unidades familiares instalan sus hamacas por unos cinco días y habitan el espacio que las encierra, alimentándose de los frutos del bosque. Allí mismo caen las semillas, lo que hace que, en un próximo retorno, ellos cuenten nuevamente con esa huerta natural. El ciclo continúa… Pero el concepto de huerta más conocido es el de aquel lugar que extiende el habitar más allá de la casa, pero aledaño a ella.
Lo más común de la huerta es que se constituya en un lugar cercano al hogar, trasuntado entonces por la vida cotidiana en donde se produce el aprender haciendo. Las plantas que crecen en la huerta emergen eminentemente desde lo femenino. Allí las plantas son cultivadas, en el sentido de ser cuidadas y amadas por sus productoras: las mujeres. En las huertas se va integrando y produciendo un conocimiento ancestral y tradicional en donde el recuerdo de cómo lo hacían los antepasados está siempre presente y, por esas acciones de la oralidad, se produce un espacio de conservación y soberanía alimentaria a nivel familiar; conversando se conserva.
En cada ejemplo de huerta se puede encontrar una idiosincrasia, una elección cultural. Quizá valga aquí el concepto de “aguachar” en el sentido de cuidar una planta y producir un diálogo íntimo entre la huertera y aquella planta elegida. Es por eso que, en el lenguaje de los ecólogos, la huerta constituye un sistema socioecológico jugando un papel significativo en la conservación de la agrobiodiversidad y constituyéndose como un refugio biocultural.
En Chile, cada huerta no sólo es singular por sus dueñas, sino también por la región en que se encuentra y eso es particularmente localizado en este largo país: rural y urbano. Algunas agricultoras cuidarán sus cercos de frutos rojos y negros en torno a sus huertas; en lo posible habrá un árbol para la sombra o un conjunto de ellos que actúen como cercos. En otras huertas brotarán flores, ejemplares de la idea de bienestar y abundancia, pero por sobre todo de cuidado y al mismo tiempo resiliencia a los cambios del destino.
Chile se está convirtiendo en un territorio que va demostrando que es posible construir una forma de Buen Vivir, con relaciones horizontales entre humanos y no humanos a través de experiencias sentidas y valoradas por las propias huerteras y sus familias. La huerta es notable por su potencial de producción sin agroquímicos, por la capacidad de gestión que requiere estar centrada en la unidad doméstica y por el empoderamiento que produce en las mujeres.
Especialmente en América, Asia y África, la huerta es un reservorio de la memoria e identidad de pueblos originarios y mestizos de cada nación. Las páginas que ustedes se aprestan a navegar nos recuerdan que las huertas familiares y comunitarias permiten visualizar un futuro de soberanía alimentaria. La agricultura familiar ha demostrado ser una alternativa posible para dar solución a un planeta con una fuerte crisis alimentaria y con contradicciones tan evidentes.
No puede ser más contradictorio el que en algunas partes del planeta se bota la comida, mientras que en otras partes de la Tierra mueren niños de hambre. Estas páginas demuestran que, a pesar de la sombra, hay esperanza en la huerta rural y urbana, mucha esperanza.
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Fuente: Carnaval del Maíz
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