Hay un acuerdo muy mayoritario entre la población mundial y en el ámbito científico (en este casi unánime) acerca de la necesidad de encaminarnos como humanidad a una relación más saludable con la naturaleza, y en la necesidad de realizar cambios en la manera de producir nuestros alimentos para evitar futuras y próximas catástrofes civilizatorias. Prácticamente desde todos los sectores, sean de izquierda, liberales o ideologías alternativas, se habla de sustentabilidad y de producción sustentable. La humanidad, para evitar una catástrofe civilizatoria, debe encaminarse urgentemente hacia la construcción de una relación armoniosa con la naturaleza. En este debate, uno de los modelos que han estado en el centro de la reflexión ha sido la agroecología. Se trata, de forma resumida, de un sistema de producción de alimentos que busca integrar de manera armónica el proceso productivo con el entorno ecológico, valorando todos los elementos naturales y biológicos intervinientes en el mismo. Un sistema de producción que, en lugar de ser invasivo del ambiente natural, se integra a él.
El modelo agroecológico viene siendo promovido desde hace décadas, con muy importantes experiencias en diversos países (puede consultarse el programa Zonas Agroecológicas Mundiales “ZAE” de la FAO). En nuestro país, de hecho, se anunció, poco tiempo antes del estallido de la pandemia, la creación de una “Dirección Nacional de Agroecología”. Sin embargo, la realidad es que el sistema productivo mundial y el sistema productivo de nuestro país se encuentran enormemente alejados del modelo agroecológico. Por lo contrario, si se analizan las últimas cuatro o cinco décadas, se revela que el modelo productivo que se viene impulsando ha venido siendo, en lugar de más amigable, cada vez más destructivo con el ambiente, derivando en la pérdida de grandes nichos ecológicos por causa del desmonte, de incendios, contribuyendo al calentamiento global por el uso de combustibles fósiles y la cría de ganado rumiante y provocando diversas catástrofes, entre ellas, quizás, la que estamos sufriendo con la actual pandemia.
” La humanidad, para evitar una catástrofe civilizatoria, debe encaminarse urgentemente hacia la construcción de una relación armoniosa con la naturaleza. En este debate, uno de los modelos que han estado en el centro de la reflexión ha sido la agroecología. Se trata, de forma resumida, de un sistema de producción de alimentos que busca integrar de manera armónica el proceso productivo con el entorno ecológico.”
El “Green New Deal” y la lógica del capital
Cabe entonces hacerse esta pregunta; ¿es posible la expansión de la agroecología cuando la producción de alimentos está sujeta a las reglas del mercado capitalista y los alimentos son considerados antes una mercancía que un bien social?, ¿Puede expandirse la agroecología si los alimentos continúan siendo una mercancía regida por la lógica del sistema capitalista?
Hay sectores de la población, líderes y gobernantes que proponen la realización de un “pacto social” para que el capitalismo se vuelva “verde” o “sustentable”; esto se expresa en el llamado “Green New Deal”. Los defensores de esta estrategia, manifiestan la necesidad de promover o implementar una serie de regulaciones ambientales y se apoyan, entre otras cosas, en la idea de que el modelo de producción agroecológico puede ser más rentable que el modelo convencional con el que se produce actualmente. Es decir, que se lograría a la vez, en teoría, un beneficio ambiental y un beneficio económico. Es cierto que el modelo convencional, al ser destructivo de la naturaleza, sería, efectivamente, menos rentable a largo plazo que cualquier otro modelo que sea más amigable con el ambiente, puesto que si se destruye el ambiente necesario para producir luego ya no se puede producir y por lo tanto no se genera ninguna rentabilidad. Sin embargo, la realidad es que los requerimientos de la producción agroecológica se encuentran contrapuestos a los requerimientos del capital; se trata de dos modelos que se hayan en oposición, en constante tensión. La única manera de que la agroecología se adopte de manera global como modelo de producción (es decir, la única manera de establecer un sistema productivo verdaderamente sustentable, en armonía con la naturaleza), es haciendo que la producción de alimentos deje de estar determinada por la lógica del mercado capitalista; es decir, aboliendo la esencia mercantil de los alimentos e instituyéndolos como un bien social, e instituyendo a la producción de alimentos como un servicio para la sociedad (en armonía con la naturaleza), en lugar de continuar desarrollándola como una actividad lucrativa. No se trata de hallar las condiciones para que la producción agroecológica sea rentable, sino de producir en base a las necesidades de la humanidad y del planeta. La salud de la humanidad y de la naturaleza, no pueden seguir supeditadas a la rentabilidad y a las necesidades del capital.
El “Green New Deal” y la lógica del capital
Cabe entonces hacerse esta pregunta; ¿es posible la expansión de la agroecología cuando la producción de alimentos está sujeta a las reglas del mercado capitalista y los alimentos son considerados antes una mercancía que un bien social?, ¿Puede expandirse la agroecología si los alimentos continúan siendo una mercancía regida por la lógica del sistema capitalista?
Hay sectores de la población, líderes y gobernantes que proponen la realización de un “pacto social” para que el capitalismo se vuelva “verde” o “sustentable”; esto se expresa en el llamado “Green New Deal”. Los defensores de esta estrategia, manifiestan la necesidad de promover o implementar una serie de regulaciones ambientales y se apoyan, entre otras cosas, en la idea de que el modelo de producción agroecológico puede ser más rentable que el modelo convencional con el que se produce actualmente. Es decir, que se lograría a la vez, en teoría, un beneficio ambiental y un beneficio económico. Es cierto que el modelo convencional, al ser destructivo de la naturaleza, sería, efectivamente, menos rentable a largo plazo que cualquier otro modelo que sea más amigable con el ambiente, puesto que si se destruye el ambiente necesario para producir luego ya no se puede producir y por lo tanto no se genera ninguna rentabilidad. Sin embargo, la realidad es que los requerimientos de la producción agroecológica se encuentran contrapuestos a los requerimientos del capital; se trata de dos modelos que se hayan en oposición, en constante tensión. La única manera de que la agroecología se adopte de manera global como modelo de producción (es decir, la única manera de establecer un sistema productivo verdaderamente sustentable, en armonía con la naturaleza), es haciendo que la producción de alimentos deje de estar determinada por la lógica del mercado capitalista; es decir, aboliendo la esencia mercantil de los alimentos e instituyéndolos como un bien social, e instituyendo a la producción de alimentos como un servicio para la sociedad (en armonía con la naturaleza), en lugar de continuar desarrollándola como una actividad lucrativa. No se trata de hallar las condiciones para que la producción agroecológica sea rentable, sino de producir en base a las necesidades de la humanidad y del planeta. La salud de la humanidad y de la naturaleza, no pueden seguir supeditadas a la rentabilidad y a las necesidades del capital.
Hay sectores de la población, líderes y gobernantes que proponen la realización de un “pacto social” para que el capitalismo se vuelva “verde” o “sustentable”; esto se expresa en el llamado “Green New Deal”. Los defensores de esta estrategia, manifiestan la necesidad de promover o implementar una serie de regulaciones ambientales y se apoyan, entre otras cosas, en la idea de que el modelo de producción agroecológico puede ser más rentable que el modelo convencional con el que se produce actualmente. Es decir, que se lograría a la vez, en teoría, un beneficio ambiental y un beneficio económico. Es cierto que el modelo convencional, al ser destructivo de la naturaleza, sería, efectivamente, menos rentable a largo plazo que cualquier otro modelo que sea más amigable con el ambiente, puesto que si se destruye el ambiente necesario para producir luego ya no se puede producir y por lo tanto no se genera ninguna rentabilidad. Sin embargo, la realidad es que los requerimientos de la producción agroecológica se encuentran contrapuestos a los requerimientos del capital; se trata de dos modelos que se hayan en oposición, en constante tensión. La única manera de que la agroecología se adopte de manera global como modelo de producción (es decir, la única manera de establecer un sistema productivo verdaderamente sustentable, en armonía con la naturaleza), es haciendo que la producción de alimentos deje de estar determinada por la lógica del mercado capitalista; es decir, aboliendo la esencia mercantil de los alimentos e instituyéndolos como un bien social, e instituyendo a la producción de alimentos como un servicio para la sociedad (en armonía con la naturaleza), en lugar de continuar desarrollándola como una actividad lucrativa. No se trata de hallar las condiciones para que la producción agroecológica sea rentable, sino de producir en base a las necesidades de la humanidad y del planeta. La salud de la humanidad y de la naturaleza, no pueden seguir supeditadas a la rentabilidad y a las necesidades del capital.
¿es posible la expansión de la agroecología cuando la producción de alimentos está sujeta a las reglas del mercado capitalista y los alimentos son considerados antes una mercancía que un bien social?
El panorama local
En nuestro país, la producción de sólo 4 cultivos (soja, maíz, trigo, girasol), ocupa, según las estadísticas del Ministerio de Agricultura Ganadería y Pesca de la Nación para la campaña 2018/2019, unos 29,2 millones de has., lo que representa aproximadamente el 72% de la superficie cultivable total del país (que es de cerca de 40 millones de has.). Se sembraron en dicha campaña 12 millones de has. de soja (“de primera”), 9 millones de has. de maíz, 6,3 millones de has. de trigo, y 1,9 millones de has de girasol, más 5 millones de has de soja “de segunda” (es decir, sembrada en una misma superficie luego de la cosecha de otro cultivo, principalmente trigo). El 70% de la producción de soja y maíz (79 millones de tn –entre granos y sus derivados como pellet o aceite- en la campaña 2018/2019), fue exportada para ser utilizada en su mayoría como alimento en la producción de carne, generalmente en confinamiento a gran escala (producción porcina, aviar, bobina). Es decir que gran parte la superficie cultivable de nuestro país (llegaría al 60% sumando soja y maíz), está destinada a la producción de un insumo (alimento animal) del sistema productivo que es causante de la aparición periódica de epidemias globales y, quizás, que es responsable de la actual pandemia. Algunos defensores de aquella idea del “capitalismo verde” o de un Green New Deal local, proponen reconvertir la producción de soja y maíz al modelo agroecológico, algo que, en definitiva, terminaría siendo por completo contradictorio si esa soja y ese maíz son luego destinados a la producción masiva de carne en confinamiento. Respecto al trigo y al girasol (8,2 millones de has, o el 20% de la superficie cultivada total) son destinados en gran parte a la alimentación humana (harinas, aceites). Sin embargo, su actual modelo productivo se sostiene en la adopción de un paquete tecnológico que se encuentra muy alejado del modelo agroecológico (alta dependencia del uso de agroquímicos y de maquinaria de combustión a gasoil y uniformidad genética y varietal).
Es así que la enorme superficie cultivable de nuestro país, es cultivada bajo un modelo que se encuentra sumamente alejado de los requerimientos de la agroecología (es decir, de los requerimientos del cuidado ambiental). Uno de los pilares de la agroecología es la diversidad genética de los cultivos, pero la realidad nos muestra que más del 70% de la superficie cultivable del país es utilizada de manera sistemática (con algún período eventual de rotación), para sólo 4 cultivos. Y para colmo, la mayor parte de lo cosechado se destina, en última instancia, a la producción de carne en confinamiento a gran escala, una actividad destructiva y peligrosa para la salud global.
Si tomamos entonces por caso nuestro país (uno de los principales productores de alimentos del mundo), nos daremos cuenta de que, para lograr reconvertir nuestra matriz agrícola al modelo agroecológico, debiéramos llevar adelante una verdadera revolución productiva, y también económica, ya que gran parte de la economía de nuestro país se sostiene, efectivamente, en la producción de estos 4 cultivos. ¿Sería acaso posible concretar esta transformación radical sin romper con el sistema de producción capitalista, por más modificaciones y regulaciones que se implementen y por más “Green New Deal” que se ensaye?
Para lograr reconvertir nuestra matriz agrícola al modelo agroecológico, debiéramos llevar adelante una verdadera revolución productiva, y también económica.
Nos encontramos por lo tanto encerrados en una trampa de la que no es posible salir dentro del sistema capitalista. Los intentos de expandir la agroecología sin atacar la raíz del problema (el hecho de que la producción de alimentos sea una actividad que persiga el lucro en lugar de perseguir el bien social, la salud y el cuidado de la naturaleza), chocarán frontalmente con esta realidad: los requerimientos del capital son contrarios a los de la ecología. La creación de direcciones nacionales de agroecología o la instauración de un “Green new deal” que promuevan maneras más amigables de producción pero que busquen a su vez conciliar los intereses del capital, serán acciones por completo ineficaces para lograr el objetivo colosal que se requiere, la instauración de un sistema nacional (y mundial) de producción de alimentos integrado a la naturaleza y que proteja la salud global. Esto, a su vez, requeriría un cambio profundo no sólo en el modo de producción sino en el régimen de tenencia y utilización de la tierra, su socialización y democratización de su uso y protección.
La actual crisis que estamos viviendo, nos demuestra que la única alternativa para evitar una catástrofe civilizatoria en el mediano (o en el corto) plazo, es comenzar a construir de manera urgente un sistema global de producción de alimentos integrado a la naturaleza y dirigido al bien social. Lo que implica necesariamente un profundo plan de transición que debe desarrollarse democráticamente y desde abajo, con el protagonismo de los colectivos y asociaciones campesinas, la población rural y la sociedad organizada, que han históricamente luchado en defensa de los derechos de las comunidades y el cuidado de la tierra. Este desafío, además, debemos ponerlo en práctica en un sistema-mundo deteriorado, frágil y que se encuentra sufriendo un proceso de calentamiento global de consecuencias impredecibles. No se trata de la adopción de pequeños cambios progresivos que nos lleven de a poco a lograr un sistema “más amigable” con el ambiente; hace por lo menos un siglo que no venimos precisamente siendo “amigables” con el ambiente. El desafío es inmenso, e implica cambios inmensos y radicales. Se trata de una verdadera revolución ecológica que requiere, entre otras cosas, una condición fundamental, la superación del capitalismo y la construcción de un modelo global alternativo, democrático, centrado en el cuidado del planeta y en el desarrollo de una civilización igualitaria que conviva de manera armónica con la naturaleza.
La única alternativa para evitar una catástrofe civilizatoria en el mediano (o en el corto) plazo, es comenzar a construir de manera urgente un sistema global de producción de alimentos integrado a la naturaleza y dirigido al bien social. Lo que implica necesariamente un profundo plan de transición que debe desarrollarse democráticamente y desde abajo, con el protagonismo de los colectivos y asociaciones campesinas, la población rural y la sociedad organizada.
Fuente: La Izquierda Diario